sábado, 21 de marzo de 2009

El regalador regalado (que trata sobre contra-regalos, esquemáticamente)

Aunque el cumpleaños de la que probablemente es la niña más bonita del mundo entero es mañana, por cuestiones puramente logísticas decidimos darle su regalo hoy. Como la anterior vez, los elementos se unieron en nuestra contra para entorpecer el montaje de la parafernalia necesaria que, incluso, era mayor que en la última ocasión. Parecía difícil, pero así fue. Y espero que si la niña va esperando que sus regalos aumenten progresivamente en tamaño, al final se los vamos a tener que llevar con un trailer de cuatro ejes, por lo menos.

El caso es que de nuevo se hizo de noche, porque así es como tiene que suceder, y pegaba una rasquilla que se metía incómodamente en los huesos. Al final terminamos con el montaje apenas a tiempo para que se pudieran dar un par de saltos de prueba, que ciertas horas no son aptas para según que tempranas edades.

Pero, quién me lo iba a decir, al final pareció que era yo el que celebraba su cumpleaños. A lo largo de la vida no he tenido ocasión de que se tuvieran conmigo grandes consideraciones familiares auténticas y permanentes, cosa que tiene que ver en parte por lo realmente escaso de mi propia família. Más aún que llegaran de gente que no comparten sangre conmigo, aunque sí cierta relación; en cualquier caso, algo que me dejó sin palabras, una invitación que sorprendió a propios y extraños porque vino a ser como una confirmación, una aceptación, una deferencia que de lejos excede todas mis expectativas. Una responsabilidad, pequeña pero importante, que no puedo estar más gustoso de asumir. Nunca imaginé, y lo digo abiertamente y con el corazón en la mano, que alguien tendría este detalle conmigo.

Albert, no te decepcionaré.

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