miércoles, 16 de mayo de 2007

El valor real de las cosas (que trata sobre la importancia que damos a situaciones, personas, rutina, etc.)

Hace tiempo que quería escribir esta entrada, refleja muy bien mi forma de pensar y lo que es más importante, en lo que estoy trabajando para conseguir a niver personal.

Me vino súbitamente la inspiración, una vez más, mientras miraba la televisión y escuchaba los escalofriantes datos estadísticos que dan los fines de semana acerca del número de muertos en las carreteras catalanas y españolas. Digo catalanas porque mientras viajaba en coche a Madrid no puedes dejar de leer los carteles de las autopistas en Catalunya que eventualmente te ponen la cantidad de víctimas mortales acumulada hasta la fecha. Salimos a casi un muerto por día, y sólo en nuestra región. Obviamente cuando se traduce al resto de España, la cifra se multiplica.

Pero no se trata de hablar de seguridad vial ni nada por el estilo. Se trata de hablar de que prácticamente todos tenemos un amigo, un conocido, un familiar... que ayer estaba tan bien con nosotros, con el que salimos hace dos fines de semana, con el que coincidiste en aquella fiesta tras 4 meses sin verle.. y que hoy ya no está. Se fué. Un accidente de tráfico, una muerte repentina, una rápida enfermedad mortal. De todo a la nada, de 100 a 0 en un segundo. Y después, el silencio. Como si estuviéramos en un concierto con la música a tope y de repente se callara todo el mundo. La nada, el vacío. La muerte.

Yo mismo, que por ejemplo el año pasado hice 50000 kilómetros en coche, no es que se pueda decir que he mirado a la Muerte en la cara y haya sobrevivido pero sí que se han dado situaciones en las que bien por pericia (las menos) bien por fortuna, he esquivado un futuro fatal. No estuve, como sé de uno, en la planta baja del World Trade Center en el 11 S, pero sí he pasado por momentos en los que creí que no lo contaba. Y eso te hace reflexionar.

David Hume, filósofo inglés que actualizó las teorías de Berkeley y Locke en lo que se denominó "empirismo", decía (entre muchas otras cosas) que basamos toda nuestra existencia en meros convencionalismos creados a partir de la repetición de una misma cosa que, por el hecho de la propia costumbre, nos convencemos de que suceda continuamente. Por ejemplo, en ningún lugar está escrito que mañana vaya a salir el Sol o que si suelto el ordenador de mis manos caerá al suelo; sin embargo, a pesar de que no tenemos esa certeza, actuamos como si la tuviéramos porque nos apoyamos en la experiencia. Y dicha experiencia no es más que mecanismo artificial que nos ayuda a sobrevivir y se basa únicamente en la repetición de eventos.

Lo mismo sucede en nuestras relaciones personales, y ahí es donde voy. Hemos entrado en un convencionalismo "rutinario" en el que suponemos que todo va a seguir igual al día siguiente; tratamos a las personas, a la gente y a las situaciones de nuestra vida con: "hay más días que longanizas" y falacias similares. No sé si hay más días que longanizas, pero lo que tengo muy claro es que no sé cuántos días me quedan. Por supuesto, yo también creo que mañana va a salir el Sol (como cada día anteriormente), pero debo estar preparado para un día en que a lo mejor decide no salir. O simplemente, se acaba.

El empirismo de Hume, en cierto modo, nos aconseja actuar de forma algo caótica, similar al "Carpe Diem" en el sentido lujurioso de la palabra. "Actúa hoy porque no sabes que va a pasar mañana", diría Hume, como el refrán "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". El ser humano sólo comprende esta situación cuando se le lleva al límite, y ese límite suele estar en la muerte: "si hubiera sabido que se iba a morir...", "si hubiera tenido más tiempo...", "ojalá hubiera podido hacer esto o aquello con él/ella antes de que...". Son frases recurrentes propias de la frustración y del, por qué no, mal perdedor. ¿Harías esto con aquella persona? ¿Tal vez otro día? ¿Y si fuera ese su último día? Porque la respuesta a esta pregunta nadie la tiene.

Por eso, sin llegar al extremo estado cáotico de actuación que se podría extraer de la percepción de Hume aplicada a la vida real, sí quiero y pondré todo mi empeño en evitar poder ser un 'mal perdedor'. Quiero convertirme en alguien que no deje cosas para mañana si puede hacerlas hoy, quiero ser todavía más aquella persona que prefiere arrepentirse por haber hecho algo que no por no haberlo hecho y plantearme cada día y cada reto como el lujo de que tal vez sea el último. Y también lo aplicaré, o sobretodo lo aplicaré, a mis relaciones personales porque es lo más importante de mi vida con diferencia. Quiero, en la medida de mis posibilidades, vivir mis emociones a tope con los que me rodean y quiero que mis actuaciones se vayan correspondiendo cada vez más a la respuesta de: ¿Y si mañana ya no estuviera?

Hoy he hecho acopio de valor y he llamado a Cristian, a quién le debo una llamada (y una disculpa) desde hace demasiados meses. No estaba en casa y nome ha respondido al móvil, y siento el regusto amargo de como si llegara demasiado tarde. Y nunca más quiero tener esta sensación.

Quiero acabar mi vida, mirar atrás y pensar: "yo sí puedo decir que he vivido".

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es fácil lo que te propones, la rutina y el día a día nos acaban comiendo, pero estaré a tu lado y te ayudaré a que tu proyecto se haga realidad.