miércoles, 25 de junio de 2008

La verdad de la letra pequeña (que trata sobre los contratos de tipo no mercantil o laboral, de forma transversal)

Casi siempre hay letra pequeña, en todos y cada uno de los contratos que firmamos. Por supuesto en aquellos de índole comercial, en las pólizas de seguros, en las hipotecas... hasta en la inscripción a un concurso. En todas partes, siempre con pequeñas cláusulas que pasamos por alto. Por supuesto también en los acuerdos pre-matrimoniales (aquí no muy comunes, en otros estados mucho más), en las bodas y, obviamente, en los divorcios.

De los dos últimos ejemplos yo tengo uno y solamente uno. Por supuesto, con su letra bien grande en negro sobre blanco y, como es obvio, con su letra pequeña. Esa que hay que leer y que nadie lee.

En ocasiones, esas cláusulas están llenas de contenido importantísimo, a veces incluso más vital que los párrafos que componen el texto principal. Puedes llegar a descubrir un montón de cosas a posteriori tras la firma del mismo, sino confrontarte ante otras que hasta pueden contradecir los estamentos más fundamentales de nuestras creencias sobre la sociedad civil española. Por ejemplo: la poligamia - legal - existe, hasta sin tú saberlo. Tú piensas que estás casado con una persona, pero en realidad te casas con más de una a la vez. Eso lo descubres porque al parecer, al divorciarte, debes manejar detalles de tu divorcio con todas tus parejas, no solamente con la oficial que consta en el registro civil. Real como la vida misma.

Esta situación - una curiosidad, en esencia - ha causado en mí un profundo estupor, que en nada tiene que ver con lo que transversalmente conlleva y que sí es el meollo de la cuestión. Lo que pasa es que no necesito recordarlo aquí porque ya me he llevado demasiados "ya te lo advertí" y miradas condescendientes durante estos dos últimos días como para que necesite este diario para recordarlo en el futuro.

Hace pocas semanas - he buscado la entrada y no la encuentro, boh - especificaba una de las cosas que más rabia me da en la vida y que consiste en que, a pesar de haber hecho una defensa acérrima de un concepto, se me demuestre que no tenía razón. No que se argumente en contra de forma convincente y se llegue a un empate técnico, no. Que se me demuestre. Con hechos. Con verdades irrefutables. Con elementos palpables, empíricos, reales. Debo tener la cara hecha un cromo, porque a lo largo de los últimos meses me he llevado sonoras bofetadas al respecto por desoír los consejos de aquellos con más experiencia o en mejor perspectiva que yo mismo; y muchas de esas bofetadas por pensar que la gente, en este sentido particular, es como yo y puede presumir de cumplir su palabra.

Pero la gente no es así, ni de lejos. Ya tenga connotaciones económicas, musicales o mecánicas (los conceptos dan igual, sirvan a modo de ejemplo)... la palabra no tiene valor. Atrás quedan los tiempos en los que una palabra era un contrato firme, un compromiso adquirido más allá de lo material. Pues, de quebrantarse, era una cuestión de honor. Un contrato puro sin ningún tipo de letra pequeña que lo invalidara.

La negociación por el secuestro de un clip, una figurita de barro o de la taza del desayuno (objetos metafóricos que ya de paso maldigo desde aquí en toda su extensión) durante estos pasados días, incluirían la aceptación de una de las cláusulas en letra pequeña que no se me leyó en su momento y que, por lo tanto, no puedo aceptar.

Cierro definitivamente el telón con la evidencia de que al marcharme, rompo el único contrato que he redactado en mi vida sin ningún tipo de cláusula escondida ni letra pequeña. Y por supuesto, aunque pueda haber mantenido actitudes de desagrado para algunos (segunda vez que se me acusa de haberme apropiado indebidamente de algo que no era mío, por lo visto), de haber mantenido mi palabra siempre, no haber mentido y, por ende, haber salvaguardado el honor. Que ni se compra ni se vende.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por desgracia para todos siempre hay letra pequeña que siempre beneficia a los mismos. Estoy aprediendo a vivir con ella y siempre tener que perder.

Sldos. Jordi.