martes, 16 de diciembre de 2008

Prisión sin paredes (que trata sobre la liberación de las cadenas, semi-figuradamente)

Hace algunos meses, no recuerdo si la última o la penúltima vez que mi padre estuvo ingresado en Bellvitge (creo que fue la última, me da pereza buscarlo en el blog) cuando conocimos a Júlia. Hablé de ella en un breve comentario, acerca de que aunque nos parecía mucho el tiempo que llevaba mi padre en el hospital no era comparable al montón de meses que ella llevaba allí, solamente saliendo apenas un par de días.

Pues bien, ayer - y fuera de su planta - la vi caminando y no pude dejar de pararla. Ni me reconoció (cruzamos 4 palabras dos veces aunque nos hemos visto a menudo), pero no pude dejar de sorprenderme de que no llevaba ningún tipo de suero puesto. No llevaba palo. Con los brazos cruzados, iba como una moto en dirección a nuestra unidad a saludar a las enfermeras. Y es que, después de dos años en el hospital permanentemente y un sinfín de intervenciones, antes de Navidad le darán el alta.

Dos años. Eso son casi 750 días. Encerrado en una habitación viendo como llegan y van compañeros; algunos mejoran, algunos empeoran, algunos mueren. Miles y miles de horas en una prisión de la que puedes salir, voluntariamente, cuando quieras. Pero tu vida está en juego, y no lo haces. Y de repente, la luz al final del larguísimo túnel.

Hoy, entonces, o por lo menos los próximos días, es el momento de Júlia. Así que por simbolizar la paciencia en su máximo exponente, qué menos que dedicarle una entrada.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues qué decir... Ole sus huevos, coño. Yo creo que si tuviera que pasar dos años en un hospital acabaria mustio y desgastado.

Anabel dijo...

Sí señor, merecida entrada!

Anónimo dijo...

No conozco a Julia pero la deseo la mejor recuperacion y su vuelta a la normalidad, hace 2 años mi madre estuvo 6 meses en el hospital y creo que hasta yo me sentia enjaulado. Al final haces colegas que nunca te hubieras imaginado.

Sldos. Jordi.