viernes, 22 de agosto de 2008

La complacencia por la soledad (que trata sobre el principio autocrítico sobre cosas no evidentes)

Hay básicamente dos tipologías de falta de autocrítica, una peor que la otra: la primera, ante las cosas propias que atañen a la personalidad de cada uno. La otra, respecto a aquellos hechos demostrables empíricamente. Casi siempre, si uno no es capaz de reconocer los errores incluso ante la evidencia más contrastada, generalmente tampoco lo hace con aquellos signos personales indemostrables científicamente. Creo conocer gente de ambos tipos.

Generalmente la falta de principio autocrítico puede deberse no tanto a la incapacidad de objetivar la propia persona y verse como un tercero sino al hecho que generalmente esta opinión - la del tercero - o bien no se obtiene o bien cuando se obtiene, llega con muy poco peso. Los que, por H o por B, hemos pasado mucho tiempo solos (entiéndase aquí también en sentido figurado) tendemos a ser menos autocríticos. Eso es porque no se suelen rebatir nuestros pensamientos y, a falta de posiciones contradictorias, solemos hacernos bastante caso. La opinión da paso rápidamente a la creencia y la creencia al dogma. Solemos ser muy condescendientes con nuestro propia forma de entender las cosas.

En mi caso no creo que trate de imponer el dogma a los demás porque si hay algo que verdaderamente me gusta es discutir, con lo que siempre saco algo positivo de una conversación - hasta de los ataques - para poder utilizarlo después. Recuerdo que hace bastante tiempo inteligentemente (puesto así no por hacerlo de forma inteligente, sino por lo útil de la estrategia) solía utilizar las técnicas griegas de intentar defender a muerte la posición opuesta a nuestro criterio para fundamentar mejor la propia. Ganas algo de agilidad discursiva, la verdad, porque puedes anticipar la respuesta de tu oponente.

Pero la realidad es que, de nuevo, en determinadas ocasiones me encuentro dando demasiadas respuestas. Es una espiral a la que no se le pone fin - y si lo tiene, tarda mucho en encontrarse - y eso no es nada bueno. Tal vez sí que sería bueno no ir siempre tan allá y plantarse un par de respuestas antes para profundizar en el mensaje del interlocutor, antes de buscar otro camino subyacente. Eso es algo que tengo que mejorar.

De todos modos, mi propia moralidad está constituida a base de la condescendencia, a base de una amplísima permisividad en la conducta, con lo que supone un terrible ejercicio a nivel de esfuerzo para mí. No es un problema de no saber escuchar (a otros), es un problema de saber el momento justo para hacerlo, separando el grano de la paja. Porque de paja hay mucha, no nos vamos a engañar.

Y, por supuesto, no escudarse en el "que le dirá la sartén al cazo". Hay buenos y sabios consejos acerca de uno mismo que provienen de gente que te señala como defecto tuyo uno propio que ellos no reconocen. Que la falta de autocrítica de los demás no sirva como excusa para justificar la de uno mismo. Sobrellevar este punto también va a costarme lo mío.