jueves, 15 de febrero de 2007

No era más que un perro (que pretendía tratar sobre San Valentín y termina hablando de lo que sentimos y hacemos al respecto)

Esta mañana le estuve dando vueltas a algún texto que pudiera encajar por ser el día de San Valentín. Incluso tenía un par de ideas que empezaban con la fecha del 14 de Febrero como excusa para acabar hablando de otra cosa, y me reservo el derecho de hacerlo en otro momento.

Pero no puede ser. No puede ser porque esta tarde sobre las 19:15 horas recibí una llamada al móvil que me informaba que el perro de mis padres se estaba desangrando en la calle, en Fontpineda, y que necesitaba atención médica urgente. Fuí lo más rápido que pude, pero a pesar de que un alma caritativa ya lo había llevado al veterinario, Eku ya estaba muerto. Parece ser que un mastín que andaba suelto por la calle no tuvo demasiada piedad de un schnauzer miniatura que se atrevía a plantar cara a todo bicho viviente, aunque le sextuplicara peso y talla.

Esta sería una ocasión estupenda para recuperar recuerdos graciosos o emotivos que seguramente enternecerían a cualquiera, por muy poca que fuera la sensibilidad que guardara en su interior. No era mi perro, pero había convivido con él y una de las cosas buenas que tienen estos bichos (y tal vez una de las cosas malas también) es que se hacen de querer. Y cuando no están, notas como si se te arrancara un pedazo de alma, mayor o menor según los casos, pero que de forma innegable se llevan con ellos un trocito de tu vida y de lo mejor que tienes: tus recuerdos. Como afortunadamente creo tener una mentalidad abierta en lo que a la muerte se refiere (probablemente porque nunca he perdido a nadie verdaderamente cercano, quién sabe), acepto bastante buenamente el hecho de que nunca lo volveré a ver y todas esas cosas entrañables que hacían de Eku a Eku. Y eran muchas y muy particulares, las clásicas de todos los animales de compañía que te humedecen los ojos y provocan una extraña y dolorosa mueca en tu cara al recordarlas. Semejantes a las de todo el mundo y todas ellas muy distintas.

Lo quise, sí, pero ya no está físicamente aquí, así que adiós y buen viaje. Seguro que nos volvemos a ver. Espero reconocerle.

Mi padre estaba haciendo jogging en ese momento y no se le pudo localizar hasta que me encontré con él cuando ya prácticamente llegaba a casa. Quién me avisó fue el ocasional cuidador de perros de la zona, desde Barcelona, que había recibido la llamada de un vecino. Pepe trató de localizar a mis padres en su casa y al final consiguió hablar con mi madre, que estaba en la peluquería. Lamentablemente y a pesar de que se estaba desangrando en la calle, el caso no pareció merecer la suficiente atención como para abandonar el tinte, aunque sí la justa para hacer que otro llamara a su hijo para que se encargara de hacer lo que fuera necesario.

Yo soy el hijo.

Hoy no estoy bien, pero no es porque Eku ya no viva. Hoy no estoy bien porque creo que ese perro de verdad era importante para mis padres. Desde luego que no le hubiera salvado la vida el hecho de salir un minuto antes, el hecho de llamar a su hijo y decirle "venme a buscar, que vives a 30 segundos de la peluquería y vamos corriendo a mi casa". Me pregunto dónde está el límite en las cosas que sí te hacen salir corriendo a toda prisa sin importar si vas o no vas bien peinado y otras en las que no. Porque realmente quería a ese chucho, creo que de entre las tres o cuatro cosas que más se quería en el mundo; son muchas las jornadas enteras que habían pasado juntos y en las que creo que merecidamente se había ganado ese legendario apodo de "mejor amigo del hombre". Y ese, el hecho de que verdaderamente lo quisiera y la posterior reacción, es precisamente el problema que me produce esta desagradable sensación.

Pero bueno, hoy no era más que un perro, ¿no?

Y a pesar de que no quería ponerme emotivo, no puedo evitar terminar sin dirigir un último pensamiento hacia él, por lo menos las últimas teclas que pulse hoy. Un derroche de vulnerabilidad tan gratuito como inusual que atraviesa mis defensas y que confieso ignorar el por qué aflora ahora. Porque de verdad que era un buen perro. Y lo echo de menos, ¿qué pasa?


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